foto: carolina hirmbruchner |
Lo que más disfruto, es perderme, cambiar de camino, sin pensar, dejándome llevar y sorprender, al encuentro de algo que no se qué será pero que son detalles que hacen de ese día un día distinto, un día por el que valió la pena levantarse y salir.
Un amigo me dijo el otro día que él recordaba una frase que en algún momento en alguna de nuestras divagadas conversaciones le dije: “No hay que perder los ojos de turista”
El camino no termina cuando volvemos a casa, el camino continúa a cada paso que damos y es entonces que también podemos ser turistas en nuestra propia ciudad y en nuestra propia vida.
Tomo la peatonal Florida, mezcla de trajes, tacones, fábricas de cueros, vendedores polirrubro y pasajeros, que van y vienen, en esa noche de narices frías.
Para mi sorpresa, veo una banda, dos chicas, dos saxos, un par de guitarras, una bata. El disco que venden y que muchos que pasan les compran dice: Pollerapantalón. Genial! Me digo y me quedo a escuchar, a parar el mundo y disfrutar de él, olvidando de donde vengo y adonde voy. Es que hace rato que dejó de importarme llegar tarde.
Al ritmo del ska, entre la gente, pasa el vendedor de HBA. Genial! Dos veces. Lo había estado buscando esta semana. Había entrado en una vibración acorde. Sigo insistiendo, nada es casualidad.
Me quedo charlando con él un rato, le digo que andaba buscando la revista y como esas cosas que fluyen me cuenta algo de su vida. Se llama David, hace 7 años que vende la revista, me cuenta como arrancó, que es de Guernica y que la revista lo sacó de la calle. Que hoy tiene su 3 x 3 con baño, cocina y cama y que además (con cara de sorpendido) se cocina. Mientras tanto el ska seguía sonando por la calle Florida y la gente entraba en el remolino musical y pasaba saltando y todo parecía estar yendo al mismo ritmo.
David se despide, espero el último acorde de la canción y sintiéndome feliz por haber encontrado tantas cosas en mi camino, me voy satisfecha, conforme, con el alma en sonrisa, a tomar el subte.
Me pone feliz la gente que apuesta por un sueño, que encuentra su lugar, a pesar de tantos barrotes y tantas trabas que se presentan. Paso entre los artesanos y me pregunto si podrían seguir, si ese carrito de policía que me crucé unas cuadras atrás no vendrá algún día diciéndoles que no, que no pueden trabajar así, de ese modo, que hay normas, reglas que así lo dicen. Libertad de trabajar. Libertad coartada. Ojalá que no, ojalá que se multiplique. El trabajo dignifica a esa persona que con sus manos, con lo que tiene, con el lugar donde le tocó caer, hizo lo que pudo, lo que estuvo a su alcance. Como David, como las Pollerapantalón, como el artesano, el vendedor polirrubro y como el de traje y la de tacos también.
Tomo el subte, una chica me da un papel, leo PRO, mi mano lo hace un bollito, pero no lo tiro al suelo, no, va directo al tacho de basura, me gusta una ciudad limpia, para mí sin papeles, en cuanto a otros, me da miedo pensar de qué limpieza están hablando.