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2006 Potosí: el Cerro 406 años después |
Incesantes caravanas de llamas y mulas llevan al puerto de Arica la plata que, por todas sus bocas, sangra el cerro de Potosí. Al cabo de larga navegación, los lingotes se vuelcan en Europa para financiar, allá, la guerra, la paz y el progreso.
A cambio llegan a Potosí, desde Sevilla o por contrabando, vinos de España y sombreros y sedas de Francias, encajes, espejos y tapices de Flandes, espadas alemanas y papelería genovesa, medias de Nápoles, cristales de Venecia, ceras de Chipre, diamantes de Ceilan, marfiles de la India y perfumes de Arabia, Malaca y Goa, alfombras de Persia y porcelanas de China, esclavos negros de Cabo Verde y Anola y caballos chilenos de mucho brío.
Todo es carísimo en esta ciudad, la más cara del mundo. Sólo resultan baratas la chicha y las hojas de coca. Los indios, arrancados a la fuerza de las comunidades de todo el Perú, pasan el domino en los corrales, danzando en torno a los tambores y bebiendo chicha hasta rodar por los suelos. Al amanecer del lunes los arrean cerro adentro y mascando coca persiguen, a golpes de barreta, las vetas de plata, serpientes blanquiverdes que asoman y huyen por las tripas de ese vientre inmenso, ninguna luz, aire ninguno. Allí trabajan los indios toda la semana, prisioneros, respirando polvo que mata los pulmones mascando coca que engaña al hambre y disfraza la extenuación, sin saber cuando anochece ni cuándo amanece, hasta que al fin del sábado suena el toque de oración y salida. Avanzan entonces, abriéndose paso con velas encendidas, y emergen el domingo al alba, que así de hondos son los socavones y los infinitos túneles y galerías.
Un cura, recién llegado a Potosí, los ve aparecer en los suburbios de la ciudad, larga procesión de fantasmas escuálidos, las espaldas marcadas por el látigo, y comenta:
- No quiero ver este retrato del infierno.
- Pues cierre usted los ojos - le aconsejan.
- No puedo - dice el cura -. Con los ojos cerrados, veo más.
Memorias del Fuego I. Los Nacimientos. Eduardo Galeano. (197)